sábado, 17 de agosto de 2013

Continuará

Esta mañana lo vi a Julio retocando la puerta-reja de su departamento con pintura acrílica. Me deseó un buen día. “¡Y ojo que hace mucho calor, jejeje!”. Pobre.  No sabe que me voy.  Ni él, ni el vecino que se viste de portero, ni la que anda en silla de ruedas pero en realidad camina, ni la dueña del perro salchicha, ni el que me amenazó con un cuchillo por cerrar la puerta con ímpetu. Tampoco Eloísa, porque tal vez esté muerta. Nadie. Ninguno de mis vecinos imagina que unas cajas de bananas marca The best invaden este living comedor y en ellas voy a guardar todas mis cosas para irme a otro edificio, otro barrio, lejos de tantas anécdotas que parecen inventadas.

Embalar una casa después de seis años es bastante duro. Me encontré con muchos DVDs sin rotular, enviados del infierno. También, con ropa que ya no me entra pero me niego a donar. Tardé horas para llenar una sola cajita con adornos y me cubrí de polvo descartando apuntes universitarios que no sabía que existían. Descubrí rollos de fotos que nunca había revelado de unas vacaciones con mi ex, muchas medias sin su par, las llaves del departamento que mi familia dejó abandonado en la costa, y todavía no encaré ni el veinte por ciento de mis pertenencias. Es que en el medio del caos también me encontré con cosas buenas, y eso lo retrasa todo. Ante las cosas buenas que hay que saber detenerse.

Soy una mujer afortunada. Tengo preciosas evidencias de mi paso por Yrigoyen. Y más precisamente, de la entrañable relación que he forjado con mi vecino superstar. Sí, su correspondencia. Cartas escritas de puño y letra, en hojas a veces rayadas, otras cuadriculadas, en papelitos, con la marca de la cinta scotch que las adhería a mi puerta, la fecha, la hora y siempre, siempre, su firma: Julio Argentino Morales. Comunicando infracciones, sugiriendo formas de terminar con la invasión de cucarachas, describiendo en detalle el episodio en que su mujer huyó con las joyas. Conservaré el registro epistolar como si fuera un álbum de figuritas lleno. El resto, lo que no está escrito, también lo guardo. Porque Julio, mi vecino facho, fue el emblema de este edificio de psicóticos. Y lo voy a extrañar.

Segundas partes. Pocas han sido geniales, pero abrigo la esperanza de que San Telmo sea un caso de éxito. El barrio promete y, en cuanto a los nuevos personajes, estuve averiguando. Dicen que en el segundo piso vive un policía. Por lo demás, mis expectativas ya están cubiertas: me voy a vivir con el chico que me gusta. Tal vez la realidad logre seguir superando a la ficción. Quién sabe.

martes, 14 de mayo de 2013

Mentirosa

Cuando era chiquita y pasaba mucho tiempo que no agarraba mi diario íntimo -no era público en ese entonces-, iba y le escribía: "perdón, perdón perdón, perdón, prometo que no voy a volver abandonarte y que voy a ser más prolija."

martes, 7 de mayo de 2013

Los pies en la cabeza

Venía jactándome de haber vencido mi malenismo. O, al menos, de haberle dado combate: tenía el mismo celular desde junio. Once meses. Casi un año. Incluso hacía bastante que no perdía ni me robaban la billetera, ni los documentos, ni dejaba olvidada la tarjeta de débito en ningún cajero automático. Es posible, pensaba, ser mejor en la vida.  Así que cuando alguien me acusaba, podía presentar estas evidencias como un trofeo, como un derecho de piso adquirido, un premio para alguien que se hizo de abajo.
Pero la vida es perversa, traicionera, y tuve un desliz. Eran las 2 AM y estaba sentada en el cordón de la vereda tomando una cerveza con amigos, un viernes después de la función. Me miré los zapatos. No son. Quiero decir, no son los míos. Eran los de Estela. Los reconocí por esa flor particular que tienen en la punta. Y porque estaban, ahora sí, tan cerca de mis ojos. Durante cuatro horas los había llevado puestos como si nada. Del teatro a cenar, de ahí al barcito. Ningún registro. Como mucho, una cierta extrañeza al caminarlos, algo muy lejano, un pequeño detalle en el taco al cual decidí no prestarle atención. Pero de pronto, la flor. Esa flor en el zapato que me decía a gritos que mi pasado había vuelto, estrepitosamente.
Me eché a reír sin parar. Porque en algunos casos es preferible. Era viernes a la noche y todavía tenía la cerveza en la mano. Además, los zapatos se parecían a los míos. Y en definitiva, pensé, sí que son míos, vamos. Estela es un personaje de ficción, Malena.  
Así y todo, es una realidad: aún sin quererlo, le robé los zapatos a mi personaje. O tal vez fue Estela la que decidió escaparse de ese pueblo de la Pampa seca donde no crece nada más que pasto, sacarse el delantal de cocina, ponerse mi vestido, y salir a caminar por las callecitas de la capital con mis amigos. Asumo que, a esa altura del partido ya me conocía bien, y aprovechó mi mala fama para despistar a eso que separa la ficción de todo lo demás. 

Siendo así, me sacrifico. De ser necesario, lo hago. Devuelvo mis trofeos a cambio de la libertad de un personaje. Dejo de luchar contra mi destino.
¡Vuelvo a perderlo todo!
¡Eso!
¡Vivan la tragedia, la comedia, la historia entera del teatro!
¡Soy una mártir, una heroína!

No. Soy un desastre. Me vuelvo a casa.
Momento.
No sé donde puse las llaves.

martes, 15 de enero de 2013

 
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