Ayer a la mañana me encontré a Julio, mi vecino facho, y pensé: qué pena que ya no pase nada divertido con este viejo de mierda. La cartelera del palier está vacía. Ya no me deja cartitas por debajo de la puerta. Qué sé yó, un poco lo extraño. Apurada a las 8AM, me lo encontré en la puerta y tuvo tiempo para contarme que iba camino al hospital italiano a buscar una factura que no le estaba llegando, y mientras cerraba la puerta agregó que ojalá se hubiesen equivocado y se la hayan enviado a la casa de gobierno así la pagaba la presidenta. Pobre Julio.
Al que se viste de portero y se pone a baldear la vereda como si fuese su trabajo, volví a encontrármelo esta madrugada. Fuerte. Él, con ese trajecito que algún día fue a comprarse especialmente, las botitas, el pantalón Pampero, todo. Yo, borracha y dormida. Borracha, dormida y dolorida, porque con esas alpargatas nuevas superdeslizantes que me puse, pero más por la mezcla de birra y vino que pintó, me caí por las escaleras de casa y ahora, mientras escribo, me estoy poniendo unos hielitos para sentir que mejora el moretón gigante que está naciendo en mi espalda. En fin. No deja de sorprenderme mi vecino, aunque ya lo pesqué varias veces haciendo lo mismo. Me pregunto si la tullida de su jermu lo obligará a disfrazarse así, quizás en una suerte de jueguito pervert, y entonces él, después, ya que está, se queda así vestido y se pone a limpiar el edificio.
Prendo la tele. Está Mirtha Legrand almorzando. Y, ahora que me acuerdo, mi abuelo la tenía de vecina en el edificio de enfrente. Pfff, ¿será una cuestión de sangre?
El hielo se está derritiendo, voy a cambiar la bolsita. Ay.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario