lunes, 10 de marzo de 2008

Desde un balcón francés se puede ver Plaza Dorrego

Estábamos en París, en un restaurant italiano. Desde arriba veíamos una esquina de San Telmo. Acá, nosotros: yo unas pastas, él una pizza, los dos un malbec; allá abajo, el resto: cruzar la calle, una puertecita verde, un hombre camina. Acá el pan, las tostadas y las aceitunas en pimienta; en la puertita, al tipo ya se le destrozaba la botella de birra sobre la vereda. Nosotros reíamos cuando veíamos desde Francia zigzaguear al borracho.
Llegaron mis tagliateli al pesto y su Margarita. Ahora enfrente había otro tipo (y del primero ni rastros), un pelado de pelo largo que hacía pis sobre el hierro de la puerta y también sobre el escalón. Algo decía, pero desde acá no lo escuchábamos. Cada tanto aquí entraba el mozo que nos tenía encerrados afuera. Esta vez nos ofrecía el postre y después del "No, gracias" volvía a cerrar fuerte. "Es que si fumás no puedo dejarte abierto, viste?", me decía.
En la entrada verde ya había un tercero. Era uno de camisa abierta que sin darse cuenta apoyaba todo su cuerpo en el meo, en la birra, en los vidrios rotos. Gritaba "Chúpenla!" a los turistas que pasaban, a todos. Y a nosotros -que sí lo mirábamos- no nos veía. Creo que nadie lo hacía. Desde esa Europa cercana podíamos reirnos un poco de los sudamericanos.
Quizás fue justo ahí donde se nos cayó el tenedor. Un tenedor de los pesaditos -no fui yo, tengo que aclararlo- se despegó de la mesa, rebotó en alguna rodilla nuestra, se escabulló por entre las barras de hierro y las lucecitas de navidad del balcón, pegó en el hombro de una señora que justito pasaba por ahí y descansó, finalmente, en el capót de un auto. No sé cómo fue que vi todo, porque tardé bastante en reaccionar, en sacar la cabeza para que, esta vez sí, nos devolvieran la mirada. Un policía bobo doblaba el cuello hacia nosotros y a su lado la mujer con la cara ya deformada por la ira me tiraba unas puteadas. Yo decía "Sí, cayó!" La mina ya había agarrado el cubierto y se lo estaba llevando.
No quedó otra que tener la valentía de contarle al camarero nuestra hazaña. Y él (que "Si no mataron a nadie, está bien", nos dijo; y matar no, no habíamos matado) se dio cuenta -lo sé porque nos sonrió-: de qué tan generosos habíamos sido al traerle a esa desconocida un recuerdo, ese souveinr francés que le cayó del cielo de San telmo.

4 comentarios:

  1. quiero aclarar q el tenedor estaba adulterado, fue culpa del mozo santelmicola.

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  2. no puedo creer que en verdad el tenedor no lo hayas tirado vos.
    te das cuenta qe las cosas se producen de la misma manera aunque no las hayas manipulado asi.

    una anecdota brillante. me gustaria saber del final.


    (...con policia y todo...
    no te privaste de nada!)

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  3. Mike: Cierto, de los dos. Porque nos atendían de a dos mozos! Demasiada cordialidad.

    Nat: No, yo nunca hubiera dejado caer el tenedor con tanta gracia, y menos sin lastimar a nadie!

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