sábado, 14 de junio de 2008

I'm a looser, baby

Me preguntaron hacía cuánto que no lloraba y me sentí orgullosa. Había pasado ya más de una semana sin ni una lágrima, y las últimas habían sido totalmente justificadas -por "stress", por "exceso de trabajo", por cosas como esas-.
En ese momento me acordé de las épocas no muy lejanas en que llorar era una actividad tan cotidiana que tenía clasificados mis llantos por distintos rótulos: el llanto silencioso, ese de poca humedad; el llanto porque sí de días depresivos; el por las películas; el llanto iracundo, que trae dolor la cabeza; el llanto desconsolado, con movimientos de hombros y sonido desgarrador; el que me provoca convulsiones corporales pero no tiene nada de ruido; el de alivio; el que no quiere ser visto; el que no puede no serlo... y así. También está el de tanto reirme, que no pertenece a esta lista y por suerte tiene una frecuencia alta.

Así que feliz andaba pensando lo bien que me encontraba esta semanita, jactándome de mi estabilidad, creyendo ingenua pero sinceramente que esa era una vida posible.

Hasta que otra vez las inmorales gotas, cuando les pinta y sin culpa alguna saltan hasta la almohada o se mezclan con el agua dulce de la ducha. Se divierten sin piedad haciendo el show, eligiendo cuáles serán sus próximos ritmos, sus medidas, cuán hinchada se volverá mi cara, cuán azules mis ojos.

Es que ellas siempre ganan.

Al menos me correspondería irme a Berlín.

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