sábado, 10 de enero de 2009

Viva Perla

Mamá:
Entonces les dije a los de Fibertel: Ustedes están ofreciendo promociones por 40 pesos y yo estoy pagando 120, no me piensan dar absolutamente nada?! Al menos publiquen que Perla y algunos otros pelotudos están bancando la promoción! Sí, tenía ganas de pelearme pero ni se mosquearon. El lunes voy a ir a las oficinas, cara a cara no es lo mismo.

Y después me mostró el cuento que preparó especialmente para sus primas. Me dijo sonriendo y con un dejito de orgullo que no le molestaba si lo publicaba así queee...acá va:


Todo empezó con una promesa que me prometí cumplir. Podría, ya que lo tengo a mano, utilizar el recurso fácil de decirme” la promesa esta para no ser cumplida”. Podría, pero no.
Me pidieron que cuente sobre nuestros encuentros. Tengo tiempo por delante para hacerlo y tengo tiempo para atrás, retazos para hilvanar.
Encuentros de primas, que seguramente entran en la categoría del tercer tipo, no por alienígenas aunque merecen ese título, sino porque en cierto sentido nos une lo más incomprensible y extraterrestre: el vínculo de sangre que nos hace primas. Todas tenemos una misma abuela y un mismo abuelo; la sangre de Felisa y Tofi corre por nuestras venas, si esto no es un encuentro del tercer tipo ¿qué podría serlo?
Nuestros encuentros duran aproximadamente 4 horas. Parece mucho pero dividido por seis mujeres nos da 40 minutos a cada una y siendo que Felisa y Sarita donan sus minutos a los otros nos da que a cada una nos toca la friolera de 60 minutos.
Venimos de a par, es decir, Mónica no es sin Liliana. Si una de ellas llega más tarde o no viene es la otra quien responde. Su mamá, mi tía Uchi, se ubica en el ranking de temas tratados en el anteúltimo lugar, no por no ser importante sino porque no hay muchas variaciones. Es la típica madre, en este caso judía, que pide, pide y pide. Estoy segura que hasta sueña pidiendo, tanto que hasta sus hijas sueñan que pide y que por un instante, sólo por un instante, se lleva el dedo a la boca y se duerme feliz. Uno siempre cree que puede darle al otro lo que necesita. ¿Será para que se calle la boca? Todas escuchamos atentas y con miradas cómplices que denotan comprensión, nos pasa lo mismo, estamos en ese vaivén entre la fe y la increencia. Y nuestras charlas están ahí desenfadas, sin dioses que nos reclamen castigos por nuestros actos ateos. ¿No es acaso un acto de fe descreer en la palabra de quien nos dio la vida? Fe en que no vamos a ser castigadas por tamaño desapego. Fe en que podemos sobrevivir aún sin ellos. Fe en nosotras. Seis mortales que sobrevivimos a los embates de padres, madres, hermanos, maridos, ex maridos, hijos, nueras, nietos. ¡Ah, sí!, me apunta la memoria, también de cuñadas.
Los años además de arrugas y botox para contrarrestarlos, nos hizo mujeres más sabias, aunque el mundo aún no se haya percatado de este milagro.
Felisa y Sarita son las otras dos hermanas. No es necesario preguntar a una por la otra. No vienen sino es juntas. A veces me pregunto cómo habrá sido la vida de Felisa hasta la llegada de su hermana menor. ¿Quién la acompañaba? Sus vidas para mí son un misterio. Sus opiniones acerca de los temas que abordamos los atesoran para ellas. Es verdad que uno es esclavo de lo que dice y amo de sus silencios pero creo que cuando comenzaron nuestros encuentros, decidimos romper las cadenas y ser amos de nuestras palabras. Nunca nos lo dijimos y tampoco cantamos el himno antes de pedir el café al mozo pero somos fundadoras de una tierra virtual sembrada de hazañas cotidianas.
El último par lo formamos Norma y yo. Es un par impar. Parece un juego de palabras pero no. Venimos de a una. Aunque Norma supone ser parecida a mi mamá, lo cual la dejaría en un grado de mayor cercanía con mi vieja y por ende conmigo. Nunca le discutí esa apreciación, para no desilusionarla. Cuando era más joven me producía cierta bronca que ella me quitara el privilegio del parecido materno pero como dije antes, una es más sabia, el parecido nos hace hermanas. Eso sí, que conste en actas: es mi hermana mayor.
Ya les adelanté algo sobre los temas en torno a los que giran nuestras charlas. Quiero primero romper un mito, ese del que las malas lenguas -sobre todo las masculinas- se ufanan. NO HABLAMOS TODAS A LA VEZ. Todo lo contrario, una espera su turno como en la rayuela, ahí nomás que una tambalee - metáfora que indica que toma aire para respirar- está la otra.
Sería imposible para cualquier semiólogo ubicar en nuestras charlas el pasaje de un tema a otro. También le resultaría difícil a cualquier mortal que por casualidad se quedase escuchando algo de nuestra conversación.
En nuestras pláticas abundan muchos adjetivos calificativos especialmente cuando nos referimos a nuestro cuerpo o al ajeno como por ejemplo: “estoy hecha una vaca”,” mira que yegua”,” mi cara es un bandoneón”. Otros referidos al estado de ánimo: “me tiene podrida”. Nuestros diálogos toman prestadas de nuestros abuelos, por supuesto, palabras que cualquier hijo de vecino, si espiara, diría que son extranjeras. Pero es al revés, los extranjeros son ellos, esas palabras son nuestras. Hay frases que no podemos decir sin terminar con una “meynune” como tampoco sin agregar como comentario al pie, que tal o cual es una “jartera”. Hasta la delicadeza de decir “iyire” y no “sirvienta”, que suena tan despectivo. En la lista de los reproches a mi madre el que ocupa el primer lugar es que me haya privado de la musicalidad de esas palabras. Es más, creo que la verdadera razón, inconfesable, por la que ansió los encuentros es para recuperar esos tonos orientales, esos que por ser “crepsie”, me perdí.
Los temas -no crean que estoy evadiendo la cuestión es que no sé si es lo más importante- son la razón para enhebrar palabras, para enganchar nuestros sentimientos, para corroborar que no pensamos igual o sí pensamos igual. Da lo mismo. Creo que son una buena excusa para batallar con la muerte. Cada encuentro es la renovación de un pacto de sangre. ¿Suena muy épico? Puede ser, no somos una logia, tampoco las custodias de las tablas de la ley. Pero tal vez tenemos un acuerdo tácito que nos convierte en guardianas de un pasado y portadoras de un futuro anterior. Sin ir más lejos, para que sepan de que hablo: Malena, mi hija mayor, prepara unos ” lajmashin” que son una delicia. Sí, ya sé, parece una contradicción eso de decir futuro anterior, ¿pero no les parece más extraño el futuro a secas?
El comienzo es bastante ordenado, a medida que vamos llegando contamos las novedades que van desde viajes hasta nuevos nacimientos, se incluyen casamientos incluso de vecinos del country o del shill. Por supuesto no faltan muertes o divorcios.
El final merece un capítulo aparte. El final comienza con el pedido de la cuenta al mozo quien osa traerla toda junta. Si, en el final el mozo participa de nuestro encuentro, en general con disimulada complacencia responde a cada una de nuestras preguntas: ¿cuánto cuesta el café? ¿El té vale lo mismo? ¿El agua mineral está incluida en el menú? Con disimulo se va alejando y nosotras, lapicera en mano, hacemos la cuenta con propina incluida. Si algún gurú de la economía nos viera se quedaría estupefacto con la precisión con que repartimos los tantos. Nada falta, nada sobra. Lo que prevalece es el sentido de la justicia equitativa. Cada cual con lo suyo, aquí no hay redondeo que valga. Esto nos lleva por lo menos 20 minutos, con lo cual, si de repartir con justicia se trata, en estos 20 minutos de charla habría que incluir al mozo y ya seriamos siete.
Y en el final final, el baño. En esa nos prendemos Mónica, Lili y yo. Es difícil ser delicada en lo que se refiere a ese momento. Siempre estamos cada una a punto de mearse. Y por supuesto, en el camino realizamos una serie de contorsiones para impedir la salida del líquido elemento. No nos miramos, no nos hablamos, cada una está concentrada en lo suyo. Es la única manera de salir victoriosas de ese transe. Los ignorantes hablan de prolapso. Nosotras sabemos que es un mal de familia.
La abuela Felisa es el origen. Y como ven, en el final, el principio.
¿Quién tiene a mano un almanaque para ver cuando nos encontramos?

4 comentarios:

  1. tendria que venir con un apendice al pie de palabras en hebreo(?)idish(?).
    crepsie? meynune? jartera?
    una curiosidad, cada cuanto se reunen?
    la ultima, haces lajmashin para vender?

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  2. ni hebreo ni idish! TURCO.

    Pero la gracia es que los que no saben no sepan, como yo, ponele.

    No sabría decirte. Calculo que una vez por mes es la cosa, como andres.

    Y no, para vender, no. Se hace y convida con amor.

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