Les cociné a las chicas

Entonces Ángela preguntó
si el cactus estaba bien
que si lo cuidaba.
Le mentí que sí:
subió corriendo las escaleras
para abrir mi persiana
y desde la terraza de mi habitación
gritar
que Ay, Male, que creció un montón.
Sonreía mientras gritaba,
de eso me di cuenta.
¿Viste? -yo sonreí también.
Esas preguntas que no esperan respuesta
como para decir:
que sí,
que es todo apropósito,
que sé de lo que trata
regar una planta.
La miré a Franca y le hice puchero,
levanté los hombros,
levanté las cejas.
Esos gestos que no esperan respuesta
(pero Franca respondió cómplice)
como para decir:
que no,
que seamos sinceras
que no tengo idea
ni la menor idea
sobre cactus
y sobre otras hierbas,
tampoco.
¡Debe ser la lluvia!- le sonreí de nuevo.
Estuve bien,
desde arriba no se notó nada.