jueves, 8 de mayo de 2008

Felicidad en 3 pasos

Sinceramente, volver al tequila con el objetivo claro de emborracharse es algo que rejuvenece. Es una de esas cosas que llevan directamente a la adolescencia, como por uno de esos toboganes de agua, pero de esos que había en Coconor y que alguna vez me lanzaron tan rápido a la pileta que me partí el labio inferior, terminé en la enfermería, mi mamá se desmayó de la impresión y a mí me quedó la marquita en la boca, chiquita la cicatriz.

Aún más atractivo es desplegar el tiempo de ese modo en medio del festejo del mismísimo cumpleaños de uno, que es una sola vez al año (o 3 en mi caso), siempre que uno decida celebrar, claro está. No sólo por la cuestión evidente del paso de los años, sino porque no cualquier día me propongo llegar tan lejos (es otro viaje que emprendo): sin saber cómo, me monté sobre ese par de tacos rojos; me pinté todas las uñas, las veinte, de un mismo color; me regalé ese lujo para la boca que es ponerle a los labios algo de rush; me compré un vestido para la ocasión. Y aunque la música no era buena -vamos a reconocerlo: Alejandro nos traicionó, y eso no se hace, Alejandro- todo estaba en su punto justo.

Pero la gente iba llegando al baile, la gente iba llegando al baile, y entre los piropos deslizaba: Que qué hacía tan sobria, que empezara a tomar ya, etcétera. Que me importa lo que opinan los demás, eso es una obviedad (quien lo contrario afirme es un caradura); pero aquí se trataba de otra cosa. O de la misma, invertida. Hay veces que esas exigencias del mundo se traducen en una pregunta hacia uno mismo, en una posibilidad, en una opción potable, y rápidamente se vuelven lo único que uno quiere en ese instante, y con suma urgencia, parece, porque sin lugar a dudas nos sacarán sonrisas, nos harán muy bien. Esas transformaciones veloces que nos ocurren a quienes mi amigo Nicolás rotuló de una vez y para siempre como seres culohervidos.

Cuestión que esas cervezas ya no estaban provocando el efecto preciso. Necesitaba algo más radical. Ya era hora de ir a lo seguro. Pero había que conseguir que alguien me acompañara, eso sí, porque la escenita de clavarme uno de esos vasitos sola en la barra de un cheboli en el día de mi cumpleaños no era una idea de lo más prometedora. El límite se vuelve muy delgado entre esos detalles que glorifican y aquellos que pueden llevar todo justamente hacia el lugar opuesto al que uno quiere dirigirse, hacia el más profundo avismo.

Por suerte con sólo girar mi cabeza me encontré con la de Betsy, con su permanente nueva que también quería sentirse un poco de 15, que también culohervideó con la idea, digna partenaire. Corriendo fuimos hacia la barra. Creo que Sergio filmó todo, ese teletransportador al año 99: la sal, el martirio, el limón. 1, 2 y 3. Listo. Y con los temas que pasaba el gilazo de Alejandro, ya estaba todo resuelto. Hasta bailé una canción de Viejas locas, Dios Siesqueexistes Mío! Misión cumplida!

Parece que es cuestión de decretar, nomás, de proponerlo en el subject de un mail: qué buena se puso la fiesta, al fin y al cabo.

1 comentario:

  1. debe ser generacional. también en los noventa tomábamos tequila con mis amigas, acodadas en la barra de algún boliche de la costanera. visto a la distancia, creo que es medio cache, medio cópolla pero no francis ford. mi cuerpo ya no puede sostener un tequila. opté por el sake, tan suavecito él que parece agua. pero holajdre al levantarse de la silla.

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