viernes, 22 de febrero de 2008

Inconsciente colectivo (o Qué mal contada está esta historia)

Estábamos esperando el 180. A la cabeza, señora de sesentaipico, labios pintadísimos, pelo corto teñido de caoba, petisa y rellenita. Collar largo hasta su falda estampada y por entre las sandalias el dedo gordo izquierdo envuelto en una gasita (es que la verdad que con el pie así, te digo que no podría, pero qué picardía... debería haber ido a la otra parada, porque el 115 también me dejaba, pero no me avivé. Encima a esta hora debe estar lleno ¿no? Te pregunto porque nunca viajo en este horario yo. Si pudiera iría caminando pero con el pie así, no puedo, viste). Le hablaba al hombre de traje que la seguía en la fila. Un pelado rapado de pocas palabras. Después yo y atrás mío una treintañera con su hijo de seis, aprox.
Llega el 155. Está repleto. Para al lado mío, así que dejo que suba la del pie. El de traje se había quedado atrás, así que también dejé pasar al nenito con su mamá y finalmente, con gracias y sonrisa mediante él me dejó subir al colectivo que efectivamente venía llenísimo. La de treintaialgo puso mis monedas en la máquina y me pasó los diez centavos de vuelto, y cuando llegamos a Rivadavia ya todo se despejó un poco más. Pudimos avanzar unos pasos.
En los asientos de esos que van de espaldas al recorrido estaban sentadas dos. Una muy gorda, otra bastante joven (señora, le dejo el asiento para que venga con el nene). La bastante joven se levanta para pasar por al lado de la gorda, que primero corre las piernas pero que finalmente se decide a ponerse de pie y hacerlo todo más simple. Cuando el primer asiento queda libre, la del pie con la gasita gana lugar y se acomoda (qué bueno, me siento yo entonces porque la verdad tengo un miedo de que me pisen, porque lo tengo fracturado, viste , y te digo que iría caminando pero no puedo, con el pie así se me complica), a la vez que otra, una señora con abanico en mano y en cabeza canas que se le mezclaban con un rubio de caja muy ceniza, muy lavado, se ubica del lado de la ventanilla. La del dedo tenía los ojos escondidos detrás de unos lentes oscuros pero era imposible no adivinar su mirada venenosa (ese asiento no era para usted, para su información, se lo habían cedido al nene ¿eh? nene, te querés sentar a upa mío? dale, vení que te hago un lugarcito, mirá, acá ¿ves? Hay lugar para los dos, daaale, veniií…….si yo tengo un nietito como vos ¿ sabías? ….. qué lindo que sos) La otra paró de abanicarse de golpe y giró la cabeza hacia su izquierda, descontroladísima (a ver si se corre ¿eh, señora? que me está molestando, así para el costado ¿por qué no se sienta bien de una vez?). La del pie se bajó del asiento (está bien, mirá, por qué no te sentás vos con el nene, decí que yo lo tengo fracturado, pero no importa, sentate vos, dale, yo total tengo hasta Paraná, no falta tanto) La mina me mira cómplice (nono, deje, así estamos bien) y después de unos segundos de silencio la del pie se vuelve a ubicar en su asiento. Yo me río intentando disimular. Era obvio que la del pie era judía. Había otra chica del otro lado que también sonreía. Típica escena de transporte público en hora pico, pero mejor, por alguna razón. Al toque me bajo. La del pie se quedó hablando con la gorda, que finalmente no se sentó nunca más
Pensé que si esa mañana la batería de mi celular no me hubiera traicionado y me hubiera puesto los auriculares para escuchar la radio no estaría bajándome en corrientes con una sonrisa en la caripela, de esas simples que la realidad cada tanto te regala. Pensé en que me divierte reirme de los demás y eso no debe estar bien, pero qué más da. Esa misma noche, cuando saqué la basura a la calle, vi a la vieja del pie fracturado pasar por la puerta de mi casa arrastrando a dos pequineses obviamente iguales a ella. Le comentaba a un señor de barba que parecía ser un vecino, algo sobre los camiones de basura. Sonreí otra vez. Espero cruzármela seguido.

1 comentario:

  1. que raro no, en una ciudad tan enormemente enorme, cruzarte a la misma persona mas de una vez. y mira que me pasa. que raro.

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